martes, 17 de junio de 2014

Un espacio pa’ gritar

Soy usuaria del centro, diligencias en bancos, compras a última hora y otros quehaceres me conducen a este lugar en donde pulula el afán mercantil. Los pitos de carros y motos aturden la conciencia al compás de los gritos desgarrados que ofrecen la raqueta que extermina bichos, la camiseta de la selección Colombia a diez mil, la pega pega, la película que se estrena en cartelera y otros artículos que en últimas, no encuentro un uso en mi cotidianidad. 

Me gusta caminar, ser un punto más entre los olores y el bullicio, un punto en medio del bochorno, un punto con un propósito específico. Poéticamente el tumulto resulta fascinante. Poéticamente hasta que las calles que transito se vuelven insoportables y el pavimento es la única opción para agilizar el paso, corriendo con la suerte de torear autos y motocicletas exponiendo mi vida. 

Las calles del centro de este “pueblo con olor a ciudad” se quedaron estrechas, además de los cientos de vehículos de todas las clases, los andenes ya no son el sitio de tránsito peatonal, con preocupación observo que ya hay vendedores de aguacates y frutas en las esquinas del Parque Lineal Céspedes. Paulatinamente, el negocio informal se ha ido apoderando de la Calle Sarmiento transformándola en un pequeño y rectilíneo reino del caos. 

He lamentado la manera en cómo hemos permitido que nos quiten los pocos trozos de historia de le daban un aire clásico al terruño: se volvió polvo la Estación del Ferrocarril, acabaron con la Capilla del Arte, el puente de la Calle 26 es ahora un monumento al cemento, la Gallera se volvió parqueadero y lejos de apreciar la hermosa edificación del Teatro Sarmiento, la mirada nos devuelve un resguardo de casuchas comerciales. Ahora el centro de Tuluá, que ha gozado de reconocimiento por ser uno de los más organizados y pujantes de la región, se convierte poco a poco en un mercado persa que ocupa más espacio de lo que se puede vender. 

Sigo caminando, sorteando obstáculos, digiriendo el ruido que me ofrece todo tipo de servicios y pensando que si bien el espacio público es de la ciudadanía, como ciudadana deseo poder transitar por las calles de Tuluá con tranquilidad y obviamente haciendo uso de un espacio para caminar. Es apremiante que se presenten alternativas viables que favorezcan las condiciones de empleo de los vendedores ambulantes y por otro lado, se respete el espacio público, porque al paso que vamos, el Espacio Público será sólo de uso masivo como un hashtag.

martes, 14 de enero de 2014

Metro

Como si no fuera de este planeta observaba a todos a su alrededor, reconfiguraba los rostros y de repente se inventaba historias detrás de cada uno, su rutina era habitual, tenía la manía de pretender que era ese gran ojo sobre cada cual que no  perdía detalles.

La estación del metro estaba atestada, así que el proceso creativo sería más arduo mientras esperaba su vagón. 

Lo vio pasar por su lado con esa sonrisita que se le regala a la gente que se conoce, pero no lo conocía. Lo perdió de vista.

Finalmente llegó a la puerta de cristal que abre y cierra escupiendo y tragando personas. Sintió esa punzada en el cuello, giró su cabeza y ahí estaba, riendo de nuevo, él, ese demente que creyó ver en ella a alguien familiar, lo ignoró, giró de nuevo su cabeza, pero con su cara encima, tal vez era el loco del metro o algún asesino en serie que la había escogido como su próxima víctima.

Una especie de pánico logró albergar en su ser, si bien vivía en la urbe, en esa selva de cemento que se come todo cuanto recibe y que profesa seguridad a toda costa gracias a las infinitas cámaras instaladas en cada rincón estratégico, sumadas a las duras condenas contra cualquier tipo de crimen, a pesar de todo eso, se sentía insegura… Poco a poco los vagones de los otros llegaban, la puerta se abría, escupía gente y tragaba más, cerraba.  


Su vagón no aparecía, sentía aún las punzadas en su cuello, ya se imaginaba la figura maligna del bufón a su espalda, tal vez con un arma, tal vez sin ninguna pero con la más cruel, la dura intención de aniquilarla, de matarla con la incertidumbre de la espera del momento en el que decidiera acabar con su existencia.