- Acuéstese aquí por favor, boca abajo. Sí, lo sé, va a doler un poco.
Atiendo la solicitud, respiro
profundo, me apoyo en los codos y me extiendo sobre la camilla negra acolchada
con olor a limpiador fresca primavera.
El fisio llega con una toalla, me
pide que le indique dónde está la lesión exactamente. Le indico, y procede a
ponerme la toalla caliente en el área lumbar, a la altura de la nalga
izquierda.
Relajante... la incomodidad y
presión de la postura se disminuye con el calor, es una sensación placentera,
los días de espasmos y parálisis con la lágrima en la punta del ojo desaparecen
ante esta nueva realidad de calor localizado. Mientras me relajo comienzo a
revisar el espacio, en lo que cabe por mi posición: es un salón grande con
camillas negras, cada una con dos almohadones azul quirúrgico.
Allí entramos a la hora en punto,
casi que, en manada, los malditos lisiados: los renacidos, a quienes las
cuentas del destino, nos puso en apuros, nos tiró a una cama y ahora nos lleva
a levantarnos y a andar, como en mandato bíblico.
Brazos, cuello, hombros, manos,
pantorrillas, piernas, nalgas, pies... Cada uno con su pena, con su lamento.
Quejidos. Mi compañera del lado
puja con cada movimiento, su pie derecho está envuelto en la toalla caliente.
Puja, se queja, carraspea, sospecho que es su forma de llamar mi atención y
poner conversa, no quiero conversar, solo quiero disfrutar el calor y la música.
La miro, le sonrío con los ojos, tenemos tapabocas, me devuelve el gesto, toda
su frente y ojos se fruncen como una pasa. Saco los audífonos, los emparejo al teléfono
y activo la banda sonora de la hora.
Puja de nuevo "que se acabe
esto rápido" dice, solo la miro y advierto cómo balancea su pierna libre,
ha de estar incómoda y adolorida. Advierto un olor poco agradable que se cuela
por el tapabocas, veo a mi vecina, miro hacia abajo en dirección a su pie
balanceante, ¿de ahí proviene? Me niego a creerlo, anda en chanclas.
Observo su pie mientras se mece adelante y atrás, adelante y atrás: un pie reseco, ajado por el sol, el polvo, la lluvia,
la vida misma de tanto caminarla, sin siquiera probar una crema humectante o la
vaselina, que pudiera ser más barata. La piel de ese pie se ha convertido en un
cartón, pero, ¿quién se fija en los pies cuando la vida es dura y no hay para
comer? Digo yo ¿Quién se compadece de un talón tostado y cuarteado? ¡A andar se
dijo! A patear el polvo porque la situación no da espera.
Los pies resecos siempre me han
causado pena, conmueven mi alma samaritana hasta el punto de hacerme pensar en llevar
en el bolso la clásica crema de tapa azul ultra hidratante y sobarla en cuanto
talón tostado me encuentre. Hasta podría realizar una campaña de hidratación
masiva: “pase por aquí señora, por caridad, dele un toque de amor a esos
pies…”. Obviamente, este pie no es la excepción, aunque el olor me pone en duda
de lanzarme en labor de hidratación.
Estoy en aquella fantasía hidratante
cuando del talón y el empeine, paso a mirar sus dedos… una gama de color
amarillo ocre, pero no precisamente de esmalte, se degrada en una uña larga y
gruesa del dedo pulgar, está cortada en punta, al estilo águila, pienso.
Puedo convencerme por el estado
de aquella uña, que ese es el origen de la fragancia no identificada, un pie
modelo para comercial de fungicida, de esos que salen al medio día a la hora de
las noticias nacionales, cuando se está almorzando en algún corrientazo: te
mandas el trozo de pollo guisado y ahí está la uña amarillo verdosa mostrando
su miseria y redención, después del elixir salvador.
Pobre mujer, se estremece, arruga
más la frente dejando ver su dolor. Me da pena, no la juzgo por sus pies,
pienso en las necesidades a las que está expuesta. El fisioterapeuta descubre el
pie lesionado, está en las mismas condiciones que el balanceante fragante. La
punta de esa uña señala al infinito, parece una capucha, un gorro cónico ¿Cómo
puede uno vivir poseído por ese mal? ¿Será acaso una infestación por hongos lo
que la tiene así? Pienso en los hongos asesinos y en la urgente necesidad de un
corta uñas, de un hombre solo o de un cortafrío si es preciso, para bajar esas
garras.
Condenada manía por la limpieza,
todo dentro de mí me impulsa a lavarle esos pies con siete aguas, a cortarle
las uñas y a hacerle un baño de crema que le dure por el resto de su
encarnación. Respiro, cierro los ojos y me concentro en la lista de
reproducción que sale de los audífonos, no quiero soñar esta noche con la odisea de cortar esas garras en condiciones lamentables.