martes, 26 de septiembre de 2023

Los días de terapia

 - Acuéstese aquí por favor, boca abajo. Sí, lo sé, va a doler un poco.

Atiendo la solicitud, respiro profundo, me apoyo en los codos y me extiendo sobre la camilla negra acolchada con olor a limpiador fresca primavera.

El fisio llega con una toalla, me pide que le indique dónde está la lesión exactamente. Le indico, y procede a ponerme la toalla caliente en el área lumbar, a la altura de la nalga izquierda.

Relajante... la incomodidad y presión de la postura se disminuye con el calor, es una sensación placentera, los días de espasmos y parálisis con la lágrima en la punta del ojo desaparecen ante esta nueva realidad de calor localizado. Mientras me relajo comienzo a revisar el espacio, en lo que cabe por mi posición: es un salón grande con camillas negras, cada una con dos almohadones azul quirúrgico.

Allí entramos a la hora en punto, casi que, en manada, los malditos lisiados: los renacidos, a quienes las cuentas del destino, nos puso en apuros, nos tiró a una cama y ahora nos lleva a levantarnos y a andar, como en mandato bíblico.

Brazos, cuello, hombros, manos, pantorrillas, piernas, nalgas, pies... Cada uno con su pena, con su lamento.

Quejidos. Mi compañera del lado puja con cada movimiento, su pie derecho está envuelto en la toalla caliente. Puja, se queja, carraspea, sospecho que es su forma de llamar mi atención y poner conversa, no quiero conversar, solo quiero disfrutar el calor y la música. La miro, le sonrío con los ojos, tenemos tapabocas, me devuelve el gesto, toda su frente y ojos se fruncen como una pasa. Saco los audífonos, los emparejo al teléfono y activo la banda sonora de la hora.

Puja de nuevo "que se acabe esto rápido" dice, solo la miro y advierto cómo balancea su pierna libre, ha de estar incómoda y adolorida. Advierto un olor poco agradable que se cuela por el tapabocas, veo a mi vecina, miro hacia abajo en dirección a su pie balanceante, ¿de ahí proviene? Me niego a creerlo, anda en chanclas.

Observo su pie mientras se mece adelante y atrás, adelante y atrás: un pie reseco, ajado por el sol, el polvo, la lluvia, la vida misma de tanto caminarla, sin siquiera probar una crema humectante o la vaselina, que pudiera ser más barata. La piel de ese pie se ha convertido en un cartón, pero, ¿quién se fija en los pies cuando la vida es dura y no hay para comer? Digo yo ¿Quién se compadece de un talón tostado y cuarteado? ¡A andar se dijo! A patear el polvo porque la situación no da espera.

Los pies resecos siempre me han causado pena, conmueven mi alma samaritana hasta el punto de hacerme pensar en llevar en el bolso la clásica crema de tapa azul ultra hidratante y sobarla en cuanto talón tostado me encuentre. Hasta podría realizar una campaña de hidratación masiva: “pase por aquí señora, por caridad, dele un toque de amor a esos pies…”. Obviamente, este pie no es la excepción, aunque el olor me pone en duda de lanzarme en labor de hidratación.

Estoy en aquella fantasía hidratante cuando del talón y el empeine, paso a mirar sus dedos… una gama de color amarillo ocre, pero no precisamente de esmalte, se degrada en una uña larga y gruesa del dedo pulgar, está cortada en punta, al estilo águila, pienso.

Puedo convencerme por el estado de aquella uña, que ese es el origen de la fragancia no identificada, un pie modelo para comercial de fungicida, de esos que salen al medio día a la hora de las noticias nacionales, cuando se está almorzando en algún corrientazo: te mandas el trozo de pollo guisado y ahí está la uña amarillo verdosa mostrando su miseria y redención, después del elixir salvador.   

Pobre mujer, se estremece, arruga más la frente dejando ver su dolor. Me da pena, no la juzgo por sus pies, pienso en las necesidades a las que está expuesta. El fisioterapeuta descubre el pie lesionado, está en las mismas condiciones que el balanceante fragante. La punta de esa uña señala al infinito, parece una capucha, un gorro cónico ¿Cómo puede uno vivir poseído por ese mal? ¿Será acaso una infestación por hongos lo que la tiene así? Pienso en los hongos asesinos y en la urgente necesidad de un corta uñas, de un hombre solo o de un cortafrío si es preciso, para bajar esas garras.

Condenada manía por la limpieza, todo dentro de mí me impulsa a lavarle esos pies con siete aguas, a cortarle las uñas y a hacerle un baño de crema que le dure por el resto de su encarnación. Respiro, cierro los ojos y me concentro en la lista de reproducción que sale de los audífonos, no quiero soñar esta noche con la odisea de cortar esas garras en condiciones lamentables.