jueves, 3 de noviembre de 2022

Nathalia sirena

Doy el primer mordisco a mi sándwich. Está sabroso, tibio, de pan suave; me gusta porque siento ligeramente la crema de maní, que combina perfecto con las demás especias. Mastico lento, procuro mantener la calma mientras observo cómo coquetamente lo han servido: envuelto en papel blanco y atado por la cintura con una cabuya delgada que finaliza el amarre con un coqueto moñito; se le asoman las hojas de lechuga, trocitos de tomate, aguacate con puntitos negros, asumo que pimienta. 

Continúo masticando lento y mantengo la calma. Sí, leyó bien, mantengo la calma, no porque quiera devorarme el emparedado, la calma porque en la mesa a mi derecha hay una familia con tres infantes, dos chicos, uno de 10 y el otro tal vez de 5 años, la menor, la estridente, a esa le calculo unos 2 años.

La estridente se levanta y se sienta repetidamente del puesto y se va por el reducido espacio empujando una silla como si fuera el cochecito del mercado.

Nathalia, tú no eres así–. Le reprocha el hermano de diez. 

Nathalia, ¿qué haces? Ese no es tu comportamiento–. Habla la madre con tono sereno, queriendo parecer severo. 

Ante los reproches, Nathalia estalla en diminuta ira y emite un chillido que me llega además de los oídos, al alma. La advierto vuelta meme “Asombrosa niña sirena… de ambulancia”. La niña sirena tiene pulmones y los pavonea en la mesa ante la presencia de los mayores: un papá indiferente que ya se ha parado un par de veces a hablar por teléfono en voz alta sobre sus negocios; una abuela que apenas habla; la mamá que, además de llamarle la atención a la Nathalia, le dice que mañana estará viajando para Argentina. ¿La mandarán por encomienda?, me pregunto mientras sigo masticando lento con la mirada fija en el horizonte, queriendo ser imperceptible emulando a Drax el destructor. 

Calma. “Nathalia sirena” arrastra la silla y se pasa por mi mesa, me está mirando, yo no lo hago, sigo fija en el horizonte, pero percibo esos ojitos, ella está ahí esperando alguna reacción mía… mastico lento, leeeentoooo. Se cansa y se va con la silla-coche. Masticar lento, consciente, me ilumina un brillante diálogo:

Disculpe si nuestra pequeña le incomoda, usualmente ella no es así–. Me dice la madre con tono displicente. 

En realidad es un poco molesto, pero me iré pronto… además es pequeña, está en una etapa de moldear su conducta, podría aprender unos patrones de lo que es correcto y lo que no dentro y fuera de casa–. Le contesto limpiándome la boca con la servilleta. 

Como le dije ella normalmente se comporta bien, no es así, debe estar nerviosa por el viaje, mañana nos vamos para Argentina, pero, ¿qué sabe usted de comportamiento de niños, no se le nota que tenga uno–. Su respuesta, en un tono un poco áspero.

Pierda cuidado, como le dije, en un momento me iré. Espero tengan buen viaje, y no, hijos no, sobrinos sí, cinco… además, esos temas de comportamiento me apasionan, tengo una especialización en criminología... 

Estoy entretenida masticando el diálogo, una inocente escena de juegos infantiles se ubica frente a mi mesa: Nathalia y su hermano, el de 5 años. Este la abraza y la tumba al suelo, ambos ríen. La niña queda debajo, encima el niño; no los miro directamente, pero por su ubicación puedo tener los detalles de lo que hacen. La abraza, se ríe y comienza a moverse particularmente. El diálogo continúa: 

Por ejemplo, observe la conducta del niño, yo de usted le prestaría más atención y no los dejaría solos, él está en plena exploración de su cuerpo y las sensaciones placenteras, su hermana es un blanco fácil para experimentar, sabe a qué me refiero–. 

Estoy en mi diálogo científico, en plena cátedra de cómo hacer para disciplinar a los críos o en últimas, le recomiendo que les dé chancla porque eso no le ha hecho daño a nadie, cuando los movimientos particulares del niño no lo son tanto y mi diálogo se ubica en la escena: 

El niño se acomoda como un perrito sobre su hermana y comienza a moverse tal cual lo hacen los perritos en las piernas de las visitas, se fricciona contra ella con movimientos rápidos. Mastico perturbada porque no puedo creer que eso esté pasando y ninguno de los mayores a cargo diga o haga algo, ¿será que no ven o no quieren ver? Lo único que escucho es un –Tomás, venga para acá, déjela–. 

Sigo masticando con la vista al horizonte y la escena de un pequeño Tomás explorador riéndose, mientras cabalga a su hermanita. La inocencia de los juegos de infancia cambia de color cuando caes con niños mucho mayores que vos, los vecinos, los primos… la escena me devolvió pasajes oscuros de mi vida. 

Tomás soltó a su hermana y con el acto, una carcajada; el niño se quedó de pie mirándome por unos instantes, lo ignoré de la misma manera que ignoré a su hermana, de la misma manera que ignoré la escena y callé. Seguí en el acto de masticar, el emparedado se hizo pesado ¿Debí intervenir y decir algo? El "brillante diálogo" se convirtió en un mar de preguntas y especulaciones sobre lo que le esperaría a “Nathalia sirena”. 

Los comensales tal vez por pena, terminaron pronto su cena recién servida. 

Hasta luego, muchas gracias, qué pena las molestias, así son los niños–. La madre se despidió, refiriéndose a la mujer que la atendió. 

Tranquila, así son los niños, así era el mío cuando estaba pequeño–. La disculpó amablemente la mujer del servicio con una sonrisa, mientras arreglaba las sillas acomodándolas de nuevo junto a la mesa. 

Hasta luego–. Esa despedida era para mí, no había nadie más en el lugar. 

Hasta luego, feliz noche–. Respondí, limpiándome la boca con la servilleta.