
En el absurdo
mercado del amor nos venden parejas tomadas de la mano, sueños rosa. Nos venden
serenatas, cenas, tardes de picnic.
Pero
no nos venden las falsas promesas, las ilusiones rotas, los sueños acabados. No
nos venden la caída libre hacia el abismo del fracaso. No nos venden la
realidad de la incompatibilidad, la tolerancia, el amar en solitario.
No
nos venden las horas de insomnio explicándonos el porqué de los errores, ni las
eternidades frente al espejo preguntando una y otra vez ¿Qué pasa conmigo?
Nos
venden un paraíso y la prolongación de la vida en otro, otro producto de
consumo más. No nos venden el homicidio de la inocencia, ni los crímenes de
amor. Nos venden el empaque, no la carne que se pudre al aire libre sino se
congela y no sabe a nada sino se frita y se le echan aliños.
No
nos venden la cruda competencia en esta guerra del mercado: cada vez más
féminas acicaladas y competentes y cada vez, prospectos menos dispuestos o como
en la mayoría de los casos: no disponibles.
Te
venden el juego de la seducción, ese que supuestamente está como un chip incrustado
en nuestro cerebro y que consiste en ser indefensa, delicada al extremo porque
al hombre le gusta ser protector y tener a la princesa del cuento a su lado.
Las mujeres fuertes e inteligentes son temerarias y están condenadas a que
las deje el tren porque el principito no quiere enfrentarse con alguien que le
iguale.
A
la venta está el espejismo, el amor líquido, la válvula de escape a los
tediosos fines de semana. El encuentro con un buen polvo para no quedar oxidado
y tener al menos el recuerdo de un buen orgasmo, así sea fingido.
Nosotras
y ellos girando alrededor de lo mismo: un marco con dos figuras al centro
corriendo en una playa con el sol poniente al fondo. Dos para recorrer un
camino en el que después del tira y afloje entre los marcianos y las venusianas,
si las cosas no llegan a mutuo acuerdo, sólo quedará la resignación, la frustración
y siga por la misma porque “así Dios lo quiso”.
Nos
dicen que la belleza va por dentro, que lo importante son los sentimientos,
pero nos bombardean con reinados y soluciones estéticas para mejorar el estuche,
porque “mujer bonita que se respete, consigue quien la mantenga”.
Nos
venden el ideal de la media naranja, pero no nos dicen que ya estamos completos
y que lo único que debemos hacer, es exprimir el jugo y disfrutar de la mejor
bebida.
Compré
lo que me vendieron, me comí el cuento y después de un tiempo, de dar traspiés,
caer y levantarme, he escupido toda la basura que por dosis mediáticas había ingerido.
Ahora estoy en el mercado, pero no acepto ofertas, rumio ideas y conceptos y
mientras disfruto esta piel, sé que somos muchos más los que no estamos
dispuestos a ser artículos de consumo masivo.