Como
si no fuera de este planeta observaba a todos a su alrededor, reconfiguraba los
rostros y de repente se inventaba historias detrás de cada uno, su rutina era
habitual, tenía la manía de pretender que era ese gran ojo sobre cada cual que
no perdía detalles.
La
estación del metro estaba atestada, así que el proceso creativo sería más arduo
mientras esperaba su vagón.
Lo vio pasar por su lado con esa sonrisita que se le
regala a la gente que se conoce, pero no lo conocía. Lo perdió de vista.
Finalmente
llegó a la puerta de cristal que abre y cierra escupiendo y tragando personas.
Sintió esa punzada en el cuello, giró su cabeza y ahí estaba, riendo de nuevo,
él, ese demente que creyó ver en ella a alguien familiar, lo ignoró, giró de
nuevo su cabeza, pero con su cara encima, tal vez era el loco del metro o algún
asesino en serie que la había escogido como su próxima víctima.
Una
especie de pánico logró albergar en su ser, si bien vivía en la urbe, en esa
selva de cemento que se come todo cuanto recibe y que profesa seguridad a toda
costa gracias a las infinitas cámaras instaladas en cada rincón estratégico,
sumadas a las duras condenas contra cualquier tipo de crimen, a pesar de todo
eso, se sentía insegura… Poco a poco los vagones de los otros llegaban, la
puerta se abría, escupía gente y tragaba más, cerraba.
Su
vagón no aparecía, sentía aún las punzadas en su cuello, ya se imaginaba la
figura maligna del bufón a su espalda, tal vez con un arma, tal vez sin ninguna
pero con la más cruel, la dura intención de aniquilarla, de matarla con la
incertidumbre de la espera del momento en el que decidiera acabar con su
existencia.
2 comentarios:
No viajo mas en metro!!!
Pablo, en el metro se encuentran las mejores historias... jejeje
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